viernes, 11 de julio de 2008

El sujeto en la salud


EL SUJETO EN LA SALUD, EN EL CAPITALISMO AVANZADO
EL CUERPO EN EL CAPITALISMO AVANZADO

La Otra Salud

En su análisis sobre la expansión del capitalismo en sus etapas avanzadas, Marx describió detalladamente la capacidad del mismo de abrirse caminos en busca de nuevos mercados y fuentes de plusvalía. De ahí la explicación mas efectiva al fenómeno del imperialismo y del colonialismo. Pero en una sociedad global, en la cual el capitalismo ha logrado dar la vuelta al mundo, es necesario preguntarse a dónde voltea para conseguir nuevas ganancias.
Una de las respuestas, una con resultados particularmente ominosos para la supervivencia del ser humano, es hacia dentro del cuerpo. Cuando el capitalismo ha logrado expandirse a través de territorios geográficos, comienza a expenderse a los territorios corporales. Y uno de los primeros pasos para lograr esto es la reescritura del cuerpo humano.


LA INYECCION NEOLIBERAL


Retomando a Marx, e inclusive a Darwin, somos lo que hacemos para subsistir. En ese sentido, no debería existir relación mas orgánica o natural que entre nosotros y nuestros cuerpo. La materialidad que nos permite producir y reproducirnos es la esencia básica de nuestra identidad, y sin embargo no es así. Creemos en existencias mas allá del cuerpo que nos definen trascendentemente, y que nos inoculan de las dificultades y limitaciones del mismo.
Pero estas definiciones no surgen de nuestras experiencias personales, ni siquiera de las que compartimos con otros en el proceso de socialización. Estas definiciones nos son impuestas por un sistema que necesita equiparar al cuerpo humano con una maquinaria industrial para así poder someterlo a las mismas leyes económicas con las que rige el resto de su lógica.
Es de esta forma que en el momento en que una mujer se embaraza su cuerpo deja a ser de ella para pasar al control del aparato médico, y por lo mismo, el bebé deja de ser un humano en potencia para convertirse en “el producto”.
Es así como la lógica del capitalismo se va inyectando a lo mas íntimo de nuestro ser, nuestro cuerpo, y al rescribirlo rescribe también nuestra identidad. Perdemos la unidad natural con nuestro cuerpo para convertirnos en sujetos ajenos a esta maquinaria carnosa. Sujetos que no solo no la controlan, sino que somos victimas de sus deficiencias, sean estas impulsos, instintos, fallas, deterioro, y eventualmente su muerte (que por esta trágica unión se convierte en la nuestra).
Mi cuerpo y yo somos otros, somos distintos. Es de esta forma que el cuerpo entra en venta, y puede ser analizado, subdividido y comercializado. Se crean nuevos mercados donde se comercializan los instintos sexuales, y en su caso mas extremo, se crean organizaciones dedicadas al mercado no de seres humanos, sino de sus cuerpos como productores industriales de placer.
Como en el mercado laboral, la gente vende su cuerpo porque es lo único que tiene, no lo que es.


ATRAPADO EN MI CUERPO


Pero el estar atrapado dentro de esta maquinaria no solo significa que estamos sujetos a la lógica del mercado para lograr nuestra subsistencia, sino que estamos ante la constante amenaza de que, como cualquier otro aparato de nuestra propiedad, se descomponga sin que entendemos el por qué.
Palabras como infarto, tumor, derrame, son signos misteriosos que nos recuerdan que esta máquina, mas que mantenernos con vida, puede fallar en cualquier momento y acabarnos. Caminamos dentro de una bomba de tiempo. La diferencia entre este futuro incierto y aterrador, y la estabilidad, aunque sea momentánea, es uno de los bienes mas preciados: la salud.
¿Pero qué es la salud sino la ausencia de enfermedad? Es decir, estamos sanos cuando nuestro cuerpo funciona correctamente,y como no entendemos lo que significa el correcto funcionamiento del cuerpo, entonces la salud nos es un signo igualmente indescifrable.
Es esta incertidumbre que nos lleva a adquirir “la salud” en cualquiera que sea el paquete en que nos sea vendida. Ya sea un yogurt con bifidos, un cereal con fibra extra, una pastilla que reduce el colesterol, un anillo que nos limpia el aura, un alineador de chacras, o las flores de Bach, la salud es algo que sabemos que necesitamos, aún si no sabemos como funciona. Es el mítico tónico, la piedra filosofal, el grial sagrado, es ese bien que, de ser nuestro dará sentido a toda nuestra existencia. Es por ello que la sabiduría popular nos dice que si tienes salud, todo lo demás es secundario.
Y como bien dice el dicho, la salud se tiene, es decir, se adquiere. ¿Y cómo? Con capital. Es así como caemos en una de las grandes ironías de esta lógica perversa , vendemos nuestro cuerpo y su labor para obtener, principalmente, algo que nos asegure que este mismo cuerpo siga funcionando. Metafóricamente hablando, vendemos al hijo para asegurarnos de que tenga una mejor vida , ya que nosotros no seremos jamás capaces de dársela.


EL MAGO DETRÁS DE LA CORTINA


¿Pero quién es ese gran dador al que le vendemos nuestro caparazón fibroso a cambio unos momentos mas de funcionamiento? Es el mercado todopoderoso. Es a este dios a quien rendimos tributo para que nos regale unos días o años mas con los cuales producirle aun mas riquezas. En otro revés irónico, también aquellos que obtienen plusvalía de vender el producto salud, lo hacen también para alimentar las necesidades y urgencias de sus propios cuerpos descontrolados, es decir enfermos.
El único que no sufre de enfermedades es el mercado.


PERSIGUIENDO FANTASMAS


Parafraseo a Gyorgy Lukacs: “El fenómeno de reificación es cuando una relación entre seres humanos adquiere una objetividad fantasmagórica que lo cosifica, y aleja de su naturaleza verdadera, es decir, el ser una relación entre personas:”
El mercado, la salud, dos objetos fantasmagóricos que dominan nuestra existencia en una lógica capitalista. El primero es el gran dador, y el segundo el bien principal. Es nuestra fortuna que no tenemos que hacer esta búsqueda de espectros a ciegas, pues el sistema se encarga de crear las estructuras, y con ello las funciones y operaciones para saber por donde buscar.
Nuevamente tomando a Lukacs, si por efectos de la reificación perdemos de vista que procesos sencillos de socialización, como es el intercambio de objetos, son resultado de nuestras acciones. Empezamos a creer que suceden por si solos, e inclusive adquieren una materialidad propia. En un pasado anterior al materialismo, nuestras almas y cuerpos eran objetos de las voluntades caprichosas del panteón de los dioses. Hoy, como seres mas civilizados y científicos entendemos que somos objetos de la voluntad caprichosa de otros seres superiores como son el Mercado, la Historia, y El Sistema.
Pero así como los dioses del olimpo hablaban a través de las pitonisas en los oráculos, los fantasmas de hoy hablan a través de los expertos en las instituciones. Es a través de estas instituciones e individuos dedicados a la “sanación” que el sistema patologiza y diferencia entre los enfermos y los sanos, y de esta forma define la salud. La salud por lo tanto se convierte en un sistema de exclusión.
Ya en el momento en que alguien se presenta en un hospital, o en un centro de curación (cualquiera que sea su tipo), y se somete a la mirada clínica del terapeuta (cualquiera que sea su forma de sanación), acepta su posición como enfermo, y por lo tanto dispuesto a entregar su cuerpo al conocimiento del experto para ser sometido, disciplinado, transformado de la forma que este decida para volver a obtener su “salud”. Es en este momento que el peso de un cuerpo vulnerable es mas pesado sobre nuestra existencia. Uno es ya un enfermo y requiere ser controlado.
Si somos incapaces de intervenir en el mercado, al otorgarle una identidad fantasmagórica, lo mismo sucede en cuanto a nuestra propia salud. No sabemos donde está, ni como es, pero en cuanto el experto nos designa como enfermos, sabemos que la hemos perdido y que no existe nada mas prioritario que recuperarla. Adquirimos no solo el mote,sino la identidad del Enfermo, y un enfermo es definido por su enfermedad.
Irónicamente, este fenómeno capitalista nos regresa a la definición Marxista original: somos nuestro cuerpo, pero parece ser que esto es algo que solo concientizamos en el momento en que nuestro cuerpo nos define como un “otro” enfermo que debe de ser tratado. Dejó de ser un individuo para pasar a ser un diabético, un enfermo de SIDA, un sicótico, un individuo con chacras desalineadas, inclusive un embrujado.
Esta identidad “enferma” nos separa del resto de la sociedad, principalmente porque implica que hemos perdido el bien principal que define la felicidad y el éxito. En pocas palabras, somos autodefinidos como un ser con una gran Falta, la principal, y por lo tanto con una identidad con un gran hueco en su centro de definición. Somos los mismos que antes, pero ahora menos. Al aceptar eso finalmente somos uno con nuestro cuerpo, pero al aceptarlo, estamos también permitiendo que el control que el mercado ejerció sobre nuestro cuerpo penetre mas profundamente hasta la misma definición que tenemos de nosotros mismos: a nuestra identidad trascendental. Ya no es nuestro cuerpo el que esta siendo controlada por el mercado, sino nuestra propia capacidad de definirnos como un ser “normal”, digno de la sociedad. Como diría Edward Said de la identidad colonial, la identidad del “otro” colonizado no comienza a funcionar como un elemento opresor sino hasta que el mismo colonizado se acepta como tal.


MI CUERPO ES OTRO


Quiero enfatizar esta capacidad que se le otorga a los especialistas en la sanación ( sean médicos alópatas, alternativos, o sean estos brujos charlatanes) de determinar quien merece ser definido como Enfermo, pues esta capacidad es tan delicada que debe de ser remunerada de forma correcta. No es de sorprenderse que la profesión médica sea considerada como una de especial valor en nuestra sociedad, y una que otorga al iniciado un futuro casi asegurado en términos económicos. Curiosamente, es la misma promesa que se hace a la otra profesión que también es capaz de declararnos no dignos de funcionar en sociedad y con la autoridad de tomar control sobre nuestros cuerpos: la abogacía.
Pero regresando al espacio del sanador, la parte mas importante de su poder radica justamente en que su capacidad de definir, de ser el sujeto que nos convierte en objetos de nuestra propia existencia, radica en su conocimiento oscuro. Es el iniciado en información secreta, extraña, que sólo se comunica a algunos individuos selectos, y en la cual radican esos secretos del funcionamiento correcto de la maquinaria. Como tal, la información es cuidada a través de un lenguaje críptico e impenetrable que asegura que quien no sea un iniciado no vaya a obtener estos secretos, por los cuales se transmite el poder. Así como los monjes medievales resguardaban los conocimientos que aseguraban la transmisión del poder en libros selectos y comunicándose en latín, los sanadores contemporáneos tienen su propio latín, que en ocasiones, es de hecho el mismo latín.
¿Pero acaso el sanador es inmune a la enfermedad? La respuesta obvia es un no rotundo. El sistema otorga funciones estructurales, pero nadie escapa de ser sujeto a su poder disciplinario. En pocas palabras, al sanador se le confiere el poder de declarar un enfermo mientras ejerce el ojo clínico, y durante el tratamiento de un enfermo, pero haciendo a un lado esos escasos momentos, es sujeto a la misma carga e identidad que los demás individuos.
Lo que si queda claro es que si la salud es el bien principal a resguardar, y por lo tanto a adquirir en este nuevo mercado de la salud, es este sanador, rodeado de símbolos de pureza (la bata blanca, el juramento ético, los diplomas institucionales, inclusive los símbolos que lo identifican con lo orgánico y natural), quien es la puerta de entrada a este nuevo espacio de plusvalía.


LAS NUEVAS PATOLOGÍAS


Ya habiendo penetrado a lo más íntimo de nuestra identidad, y logrando definirnos como seres faltos de salud, el capitalismo nos ofrece un amplio mercado para recobrar lo perdido. Hay todo tipo de tratamientos y curas, ofrecidos en hospitales, centros de rehabilitación, retiros. Todos ellos ofreciéndonos rellenar ese hueco que ahora nos define, retornarnos a la plenitud. Sin embargo, de alcanzar esa mítica salud, las ganancias desaparecen también, y por experiencia sabemos que un imperio no coloniza sólo para voluntariamente regresar los bienes y fuentes de plusvalía.
De hecho, en cuanto se descubre un mercado virgen, o una fuente de recursos nuevos, el capitalismo los analiza, subdivide, explota, hasta maximizar y agotar las posibles ganancias. En este caso, a diferencia de un territorio colonizado, al no existir bordes geográficos en la identidad enferma, no existen límites para su explotación. Cada día surge un nuevo descubrimiento que descubre un nuevo síndrome, o una nueva patología que amenaza con convertirnos en enfermos. Cada día la comunicación nos acerca con nuevas culturas globales, con definiciones propias de salud y enfermedad, y que pueden ser aplicadas aquí mismo para expandir la definición de enfermo a espacios antes no imaginados (vibras, chacras, fuerzas externas). Curiosamente, y por razones explicables mercantilmente, entre mas información obtenemos, entre mas influencias nos llegan, crece la definición de enfermedad, pero la de salud no solo no crece al paralelo, sino se constriñe progresivamente.
Esto permite que cada día existan más y más productos para mejorar nuestra salud. Productos que a diferencia de otros en el mercado, no son opcionales, sino la definición misma de nuestro bienestar. La persona más sana no es la que puede olvidarse de la enfermedad, sino la que mejor cuida su salud. Todos somos un síndrome, y todos consumimos o practicamos lo apropiado para ser afectados de la menor manera. Al consumir los medicamentos o los tratamientos que se nos prescriben compramos la identidad que los acompaña. Es de esta forma que nos convertimos en un consumidor de Prozac, un consumidor de Viagra, o un practicante de la Yoga. El tratamiento nos define y se convierte en una identidad alterna, pero trascendente. Cambiamos nuestro estilo de vida enteramente para ajustarse a la definición de salud que nuestro tratamiento respectivo nos impone, y claro, este estilo de vida viene acompañado de una infinidad de nuevas parafernalias y bienes que también debemos adquirir.
Porque si el poder tiene la capacidad de definirnos como enfermos, también lo tiene para declararnos momentáneamente sanos. Es así como aún sin malestar alguno, recurrimos a exámenes e inclusive a tratamientos preventivos, para así recibir la noticia de que, por el momento, y a menos de que algo nuevo aparezca, todo indica que podemos funcionar.
De esta manera se cierra el círculo finalmente, pues el mercado primero nos toma el cuerpo, lo separa de nuestra identidad, e interviene sobre él. Aquel que le es útil en ese estado se convierte en mercancía por si sólo, ya sea vendiéndolo directamente, o vendiendo su imagen. Ya desprendido de su subjetividad y convertido en mero objeto, lo mecaniza, y con esa lógica fordista lo patologiza, para extraerle su normalidad y convertirlo en un cuerpo enfermo. Es solo entonces que nos es devuelto para que recreemos una identificación con el mismo, pero ahora como un ente con una falta primordial que debemos dedicar el resto de nuestras vidas a cubrir. Un búsqueda imposible considerando que, como toda máquina, este mismo decaerá con el tiempo, y por lo tanto las enfermedades en lugar de detenerse, se acumularan cada vez más, haciendo la pretensión de la salud un horizonte cada vez mas lejano. Eso si, podemos estar seguros que el mercado siempre encontrará como vendernos un nuevo boleto para al fin llevarnos a alcanzar este espejismo.


¿QUÉ HACER?


Ante este escenario, resultado de un desarrollo sistémico general, ¿qué nos queda por hacer de forma individual? Un acercamiento a una respuesta tiene que ser a la vez múltiple, para tomar en cuenta los niveles del problema, pero sencilla a la vez como para ofrecer una posible praxis individual.
Claramente no es una opción viable el simplemente rechazar las instituciones de sanación que existen, ya que nuestro cuerpo sin duda sufre de enfermedades y deterioros que nos limitan, e inclusive llegan a matarnos. Sin embargo, esto no significa que debamos autodefinirnos por estas mismas enfermedades. Es crítico desarrollar la conciencia que somos uno con nuestro cuerpo, y no porque este enfrente dificultades, nos convertimos por lo tanto en Enfermos.
También es importante comprender que la definición de bienestar es de una heterogeneidad tan diversa como el mismo número de individuos que existen. Así que la definición de salud debe de ser de la misma forma individual y propia. Podríamos decir que es casi un derecho básico del ser humano el determinar si considera que su cuerpo requiere ser intervenido.
Pero esto nos lleva a los puntos más críticos. Si cada persona debe convertirse en el responsable final de su propia salud, inclusive encontrar una definición propia del concepto, es necesario que tenga la información apropiada para poder tomar estas decisiones. Debe romperse el cerco informativo que nos impide conocer el funcionamiento de nuestros propio organismo, y desarrollarse una educación corporal mínima, para que nuestros cuerpos dejen de ser entes misteriosas. Esto también implica intervenir los lenguajes crípticos de la sanación, y la apertura de un discurso amplio en la sociedad sobre como funcionamos, y lo que cada uno considera prácticas sanas. Sólo de esta forma tendré la posibilidad de decidir que debo de hacer en caso de enfermedad, a quien debo recurrir, y principalmente, entenderé que mi cuerpo no es esta bomba de tiempo dentro de la cual me encuentro atrapado, sino que es parte de mí mismo. Entender que mi páncreas no es sólo in trozo de carne que en cualquier momento puede fallar y arruinarme la vida, a menos que Pfizer llegue al rescate, sino que mi páncreas soy yo.
Todo esto significa que como sociedad debemos de regresar al cuerpo al plano de la discusión, no como un producto a vender o a reparar, sino a entender y comprender, en toda su complejidad y diversidad. Esta es, después de todo, la ETICA al final del arcoiris.
Cuando recobremos control sobre nuestro cuerpo, no sólo lo recobraremos de un mercado de la salud que ha reificado el concepto de salud para después vendernos repintado lo que siempre debió ser nuestro. Sino que en ese mismo acto de empoderamiento rescataremos el cuerpo vendido en forma de mercancía o labor a un mercado ciego, y al rehumanizarlo, dejaremos al monstruo neoliberal sin alimento para seguir adelante.


Ignacio Madrazo Piña

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