martes, 20 de mayo de 2008

La pobreza perjudica seriamente la salud


Que la pobreza perjudica la salud es una de esas cosas que por obvias resultan invisibles. El 7 de mayo se presentó en Sevilla uno de los pocos informes existentes en el Estado sobre desigualdad y salud.


Las manifestaciones de la desigualdad en Andalucía han ido variando, en calidad y en cantidad, a lo largo de su historia. Ni siquiera las políticas sociales y económicas más avanzadas y la extensión del Estado de bienestar en España en los últimos 30 años han podido reducir sustancialmente la desigualdad ni entre España y Andalucía ni en el interior de Andalucía, como pone de relieve el que a primeros de los ‘90, el 10% de la población más rica acumulara el 25,26% de los ingresos y el 10% más pobre sólo el 2,54%. Si bien es verdad que la polarización social ya no presenta los tintes dramáticos de otras épocas, no deja de ser significativo que incluso todavía en 2005 el porcentaje de hogares situados por debajo del umbral de pobreza en Andalucía era de uno de cada tres, frente a uno de cada cinco en el conjunto nacional.
En consecuencia con estos datos de desigualdad económica, la desigualdad en la esperanza de vida al nacer entre la media de España y Andalucía es en la actualidad de más de un año y tres meses, con una ligera desventaja para las mujeres andaluzas y llega a ser de dos años y medio si comparamos Andalucía con las comunidades autónomas aventajadas y más ricas del Estado español, como Navarra. En los últimos 30 años, esta desigualdad no sólo se ha mantenido sino que incluso ha aumentado.
Andalucía lleva un retraso de seis años en el proceso de mejora de la esperanza de vida con respecto a la media española. De seguir la actual tendencia, Andalucía no alcanzará la esperanza de vida que se disfruta ya en el resto del Estado hasta el año 2014, y no alcanzará la que se disfruta en estos momentos en Navarra hasta el 2020.
Las desigualdades respecto al resto del país no se circunscriben a la longevidad, se extienden a la calidad de vida con la que vivimos, medida mediante la Esperanza de Vida Libre de Discapacidad. Los indicadores de la calidad de vida apuntan a que los andaluces, tanto en los hombres como las mujeres, viven en peor estado de salud y con más discapacidades que la media del Estado español. Son especialmente preocupantes las tasas de prevalencia de discapacidades en la población andaluza a partir de los 65 años, en particular en las mujeres, tanto por sus valores elevados como por afectar a un sector de población cada vez más numeroso.
La distribución geográfica de la mortalidad por municipios en Andalucía presenta un patrón esteoeste. En la parte occidental, con niveles de mortalidad más elevados, es una zona de claro predominio urbano y mayor desarrollo industrial, frente a la parte oriental, donde predominan los municipios rurales.


Mayor mortalidad en el sur


Las capitales de provincia de Andalucía, se incluyen dentro de los municipios españoles con mayor mortalidad. En líneas generales, las capitales de provincia presentaron más mortalidad que la provincia a la que pertenecen e incluso que el conjunto de la Comunidad Autónoma, especialmente en hombres. Estas diferencias son aún más patentes en la mortalidad prematura.
Granada, Almería y Córdoba son las ciudades donde la mortalidad atribuible a las desigualdades fue mayor, mientras que el resto de capitales andaluzas presentaron diferencias menores. Los mapas de desigualdades socioeconómicas y mortalidad de las capitales de provincia de Andalucía muestran algunas secciones censales socialmente desfavorecidas que también presentan unas tasas de mortalidad elevadas.
Las mujeres son las más perjudicadas por estas desigualdades en salud por razón de género, que además se entrecruzan y potencian con la clase social, con su peor situación económica y social. Más de la mitad de las mujeres andaluzas se identifican como amas de casa y en general, en relación con los hombres, tienen peores posiciones en nivel de estudios, trabajo remunerado y ocupación. Las mujeres tienen peor salud percibida y calidad de vida, utilizan de manera diferente los servicios sanitarios, y se encargan preferentemente de los trabajos domésticos y de los cuidados a personas dependientes. Además, viven solas y perciben un apoyo social deficiente con mayor frecuencia que los hombres.
En la medida que se sigan manteniendo las graves desigualdades en las condiciones de vida entre Andalucía y España y dentro de Andalucía se seguirán conservando importantes y crecientes desigualdades sociales en la salud. Llegar a evitarlas pasa por reconocer, y actuar en consonancia respecto al enorme peso que los factores políticos, económicos y sociales tienen en la salud de las personas. En este estudio, los servicios sanitarios andaluces demuestran estar funcionando como un aceptable tampón del efecto en la salud de las desigualdades sociales. Las desigualdades en salud que hemos encontrado serían sin duda mucho mayores si no nos hubiéramos dotado de un sistema público de salud, universal, y con un funcionamiento tendente a la equidad, siempre que no avance la lógica privatizadora de estos servicios públicos.


Precariedad laboral, obesidad y tabaquismo


La precariedad laboral también afecta a la salud. Hay un mayor número de andaluces con salud deficiente entre los que están en situación de desempleo (18,8%), seguido de aquellos que trabajan sin contrato (14,6%). En las mujeres, en cambio, la peor salud se da entre las que trabajan por cuenta propia o no son asalariadas (21,9%), después de las que trabajan sin contrato (18,6%), lo que se asocia a unas malas condiciones del propio puesto, inseguridad por la pérdida real del trabajo y a puestos de baja cualificación. En las mujeres del estudio este tipo de relación se da principalmente en el servicio doméstico. Las personas que viven en hogares con bajos ingresos, asimismo, residen en zonas con muy escasas zonas verdes, lo que señala muy probablemente una peor calidad ambiental de sus lugares de residencia, asociada a un mayor sedentarismo.
La obesidad y las desigualdades en obesidad aumentaron desde 1987 hasta 2003. Las personas con niveles educativos más bajos son las que presentan frecuencias más altas. También se observan desigualdades en los hábitos alimenticios cuando se considera el nivel educativo y la clase social. El consumo de tabaco presenta patrones diferentes según el sexo y las clases sociales. Desde 1987 consumen más los hombres de niveles educativos más bajo, y si bien en 1987 eran las mujeres de mayor nivel educativo las que más fumaban, en el año 2003 ocurre a la inversa.

Carlos Álvarez-Dardet y Antonio Escolar

Diagonal

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