lunes, 11 de junio de 2007

Mejorar la calidad de vida



Guía para el cambio

Es sencillo advertir como se degrada día a día nuestra calidad de vida. Solo basta mirar en derredor. El estado de la ancianidad es deplorable y no resiste comparación con generaciones pasadas; cualquiera puede observarlo en su ámbito familiar y sacar objetivas conclusiones. La niñez es también claro ejemplo de la decadencia. Ni hablar de la gran cantidad de patologías que debemos “agradecer” al moderno estilo de vida: problemas inmunológicos (sida, cáncer, alergias, afecciones respiratorias, esclerosis múltiple, autoinmunes), neurológicos (estrés, hiperactividad, irritabilidad, depresión, demencia senil, alzheimer), hormonales (crisis adolescentes, andro y menopaúsicas, tiroidismo, diabetes, hipoglucemia, fatiga crónica), cardiovasculares (infartos, embolias, aterosclerosis, hipertensión, arritmia) y articulares (artritis, reuma, fibromialgia, inflamaciones).
¿Qué entendemos por calidad de vida? Se trata de un estado de plenitud que no se limita a la simple ausencia de enfermedad, sino al logro de un óptimo estado psico-físico que nos permita:

• Disponer de buen nivel de energía (tanto física como mental),
• Retardar el proceso de envejecimiento,
• Tener buen manejo del estrés y
• Estar libres de aquellos desequilibrios que incorrectamente llamamos enfermedades.

Mejorar calidad de vida depende de cosas que están al alcance de su mano y que podrá incorporar fácilmente en su rutina diaria, beneficiándose usted y todo su entorno familiar. Son cosas que nunca debimos dejar de hacer y que hoy mismo deberíamos retomar. No resulta muy inteligente esperar la aparición de un problema grave, para recién entonces comenzar a modificar los hábitos nocivos. Y peor aún si ya tenemos el problema con nosotros.
Los modernos problemas de salud no son más que distintas manifestaciones de los variados y peligrosos desequilibrios que genera nuestro moderno estilo alimentario, y que cada persona acusa con diferentes sintomatologías. Básicamente se trata de cuadros combinados que afectan a la mayor parte de nuestra población, de los cuales no somos conscientes y cuyos efectos venimos acumulando por décadas:

• Malfunción de los órganos de eliminación (hígado, riñones, piel, intestinos y pulmones)
• Estado de acidosis (desequilibrio ácido-alcalino)
• Baja inmunología (por estrés, carencia de nutrientes y exceso de toxinas)
• Flora intestinal desequilibrada (por antibióticos presentes en alimentos y medicamentos, candidiasis, déficit nutricional…)
• Disfunciones hormonales (procesos inflamatorios, resistencia a la insulina, ingesta de hormonas sintéticas…)
• Exceso de fosfatos (por consumo de lácteos, gaseosas, conservantes, fertilizantes…)
• Carencia de nutrientes esenciales (minerales, ácidos grasos, enzimas, vitaminas, oligoelementos, mucílagos…)
• Supresión de síntomas (abuso de medicamentos)
• Exceso de estímulos (falta de reposo)
• Inactividad física (sedentarismo)

Esta suma de factores va generando dos problemáticas de gran magnitud: toxemia corporal generalizada y deficiente regeneración celular. Si comprendemos esto, habremos hallado la causa verdadera (y por tanto la solución) de los problemas crónicos que arrastramos por años y a los cuales nos resignamos, considerándolos “normales”.
Es sencillo advertir que no hay recetas mágicas para recuperar la plenitud de nuestras funciones. Solo se trata de permitir que el organismo disponga del espacio necesario para retomar su propio y natural estado de equilibrio. Esta capacidad corporal es innata y permanente, pero no la dejamos emerger (y lo que es peor, la vamos agotando) a causa del estado de colapso orgánico que genera el desordenado estilo de vida moderno. Para colaborar con nuestro organismo debemos trabajar en tres frentes:

• Favorecer la depuración
• Frenar la intoxicación
• Reponer las carencias

Dada la importancia de estimular el proceso de depuración, se puede comenzar con reposos digestivos. Esta sencilla práctica se realiza un día a la semana, con el auxilio de frutas de estación. Al mismo tiempo es básico corregir los desequilibrios nutricionales. Tan importante son las cosas que conviene introducir en la dieta, como aquellas que deben eliminarse. A menudo los beneficios de los nuevos aportes, son neutralizados por el nefasto efecto de alimentos artificializados y la consiguiente toxemia.
Debemos tener en cuenta que el organismo se renueva diariamente (en un año cambiamos el 98% de los átomos del cuerpo), y esta renovación se realiza en función a la calidad de nutrientes que ingerimos. El organismo no puede hacer milagros: mala calidad de nutrientes implica mala calidad de células nuevas y por ende mala calidad de los órganos que se renuevan. Por ello veremos sugerencias genéricas para modificar los hábitos alimentarios incorrectos.
En primer lugar conviene eliminar de la rutina cotidiana aquellos alimentos “ensuciantes” y colapsantes de nuestra eficiencia inmunológica, limitando su ingesta a excepciones o eventos sociales. Nos referimos a dos grandes grupos de alimentos. Por un lado los refinados industriales: azúcar blanca, harina blanca, arroz blanco, féculas, sal refinada, aceites refinados, margarinas (aceites hidrogenados), edulcorantes sintéticos y todos los alimentos que los contienen (gaseosas, panificados, golosinas, helados, quesos, aderezos, minutas, galletas, etc). Por otra parte los derivados de la cría animal intensiva (incluidos los lácteos), por su alto aporte de hormonas, antibióticos, metales pesados, grasas saturadas, fósforo, etc.
Como alternativa eficiente, debemos disponer de una despensa bien organizada, o sea provista de aquellos nutrientes esenciales y sin alimentos “ensuciantes”. También es importante tener en cuenta aspectos que hacen a una correcta metabolización de estos nutrientes y a una buena depuración orgánica. En este sentido, resumimos una serie de consejos básicos:
Para organizar la despensa
• Cereales: alternar amaranto, arroz, avena, cebada, mijo, quinoa y sarraceno; preferirlos enteros; trigo y maíz en forma ocasional.
• Legumbres: alternar adukis, chauchas, arvejas, habas, garbanzos, lentejas, mung, porotos blancos (pallares o manteca), negros, rosados y colorados; evitar el poroto de soja.
• Verduras y frutas: todas; preferentemente crudas, orgánicas y de estación.
• Semillas: todas; enteras, molidas (gomasio, multisemilla, queso rallado vegetal) o germinadas (brotes).
• Proteína: huevos caseros, polen de abejas, tofu, pescados de agua fría, cría natural a pasto…
• Algas: todas; remojadas y cocidas las marinas, crudas las espirulina.
• Aceites: presión en frío sin refinar; girasol, lino, chía, soja (en crudo) y oliva (único recomendable para cocción); solos o combinados (mezclas de ácidos grasos esenciales).
• Condimentos: todos; mucha variedad y poca cantidad.
• Fermentos de soja: miso y salsa de soja, sin pasteurizar.
• Endulzantes: miel, azúcar mascabo, yerba dulce, harina de algarroba, pasas, dátiles…
• Energizantes: pan de abejas, raíz de maca…
• Mineralizantes: germen de trigo, levadura integral, queso rallado vegetal, furikake (pulverizado de hojas), sal rosada, sal marina enriquecida…
• Alcalinizantes: limón, cloruro de magnesio, café de semillas, te verde o banchá, ciruelas umeboshi, diente de león, ortiga, incayuyo, congorosa…
• Antiinflamatorios: jengibre, propóleo, ulmaria, llantén, crema de apitoxina, arcilla, homeopáticos (Rustox)…
• Depurativos: tónico herbario, tinturas (cardo mariano, bardana, genciana), homeopáticos (Baplaros)…
• Regeneradores de flora intestinal: chucrut sin pasteurizar, kéfir de agua, palta…
• Hierbas: relajantes (melisa, pasionaria, valeriana) y digestivas (genciana, carqueja, cardo mariano, bardana).
Para organizar una jornada
• Diariamente asegurar la ingesta de algún elemento de cada grupo de la despensa.
• Regularizar las ingestas y evitar vacíos mayores de 3 o 4 horas.
• Iniciar la jornada con un jugo desintoxicante y una caminata oxigenante, demorando el desayuno.
• Hacer la comida fuerte al mediodía, cuando disponemos del mayor poder digestivo.
• Respetar unos minutos de reposo luego del almuerzo.
• Cenar liviano, dejando transcurrir al menos una hora antes de acostarse.
Para organizar una comida
• Asegurar la presencia de hidratos, proteínas y grasas en cada ingesta.
• Preferir la cocción conjunta de los alimentos: guisos, estofados, cazuelas…
• Incluir algo crudo, germinado o fermentado en cada ingesta, para garantizar el aporte enzimático.
• Cuidar el equilibrio ácido-básico, privilegiando los alimentos alcalinos.
• Evitar líquidos con la comida; beber preferentemente antes o entre comidas.
• Evitar frutas o postres después de comer; comerlos preferentemente antes o entre comidas.
Para lograr eficiencia culinaria
• Cocinar lo indispensable, pues la temperatura destruye nutrientes sensibles y esenciales.
• Evitar las altas temperaturas; por encima de 100ºC se forman compuestos tóxicos.
• Cocinar poco los vegetales (vapor, saltado, rehogado…) y usar sus jugos de cocción.
• Cocinar bien cereales y legumbres, evitando consumir almidones crudos.
• Evitar utensilios peligrosos, como aluminio, teflón, microondas…
Para lograr buena asimilación
• Reverenciar lo que nos nutre, agradeciendo el alimento recibido.
• Comer en ambiente tranquilo, alegre y distendido.
• No comer estando cansados o sin hambre.
• Masticar lentamente, favoreciendo la buena insalivación.
• Incrementar la actividad física y la relajación.
• Hacer reposo digestivo un día a la semana, ingiriendo apenas frutas.
• Cuidar la eficiencia de los órganos de eliminación: hígado, intestinos, riñones, pulmones, piel…

Es importante tener presente que no hay soluciones “mágicas”, aunque se trate de cosas efectivas y naturales. Solo una suma de factores -entre ellos la toma de conciencia y nuestra voluntad- puede generar el reequilibrio y la plenitud de nuestro organismo. Tenemos derecho natural a ese estado; sin embargo estamos siempre resignados a la mediocridad. También hay que tener en cuenta que nada cura desde afuera hacia adentro; el verdadero equilibrio siempre se logra desde adentro hacia fuera.

Extraído de "Depuración corporal" , Néstor Palmetti

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